miércoles, junio 14, 2006

Isabelita y el viento (1)

Cuando Isabelita se vio envuelta en una guerra sin cuartel, donde los mejores amigos se le convirtieron en violentos personajes que no le perdonaban los arrestos domiciliarios y mucho menos las caricias interesadas, nadie se ocupó de ella, a pesar de sus quejidos durante horas que salían por las cuatro paredes de su casa solariega junto a los sones de la canción que más adelante se dirá.
―¡La pobre! ―dijo una vecina.
―¡La lista!, dirás tú ―aseveró otra.
Isabelita tuvo siempre una cara de virgen, un cuerpo de amada bestia y una sonrisa de abeja: los hombres, embobecidos, si se topaban con ella, continuaban sus mismos pasos, la seguían con la mirada puesta en sus anchas espaldas, sin importarles los comentarios de las demás mujeres.
―Ahí va ese idiota.
―Déjalo, que se haga ilusiones, hasta que un día lo encierre de la misma manera que a su santa madre.
Se podía pensar lo contrario de Isabelita, pero no, era obediente con su madre, y educada con los vecinos, y dulce con los niños, y graciosa con los ancianos, y sobre todo pura con su espectacular cuerpo, sin una mirada lasciva, sin un gesto provocador, incluso con alguna mueca de santa.
―Le digo yo a usted, muchacho, que si ésta nace en la Edad Media, como mínimo hubiese llegado a santa. A lo mejor, téngalo presente, en algún pueblo la tendrían sobre un trono, y la sacarían al oreo cada año.
―Nunca pensé que mi maestro de escuela dijera una cosa parecida.
―Si es la verdad, rediez. A mi edad, míreme bien, y dispuesto estoy a empujar ese trono.
Los vecinos nuevos que no conocían sus orígenes al oír como la llamaban se equivocaban de plano. Isabelita, el día que se enteró, sin mediar palabra, fue directamente a la casa de su tía, la hermana de su padre, y con un pequeño látigo la castigó hasta que la dejó sin resuello, porque no podía haber sido otra. De todas formas, le decían la Pájara por la razón.
El maestro de escuela comentaba que se inició la noche en que le entró un pájaro por la ventana y la mujer de la tienda aseguraba que fue el mismo día que recogió un pajarillo verde en la esquina de la calle, casi muerto, una mañana de invierno: en una o en las dos ocasiones, allí bautizaron otra vez a Isabelita y le dieron el mal nombre, y sin pensarlo comenzó una nueva vida con apenas 15 años cumplidos.
―A lo mejor los pare la misma Isabelita.
―Por la boca será, mala lengua.
Aisló la habitación de su madre y ocupó el resto de la casa con pájaros de todas clases: chirrero y chirringos, calandrias y horneras, linaceros y capirotes, canarios y pintos, mirlos y palmeros. Llenó la azotea de trampas y reclamos, mientras ella se escondía casi colgada del muro de la fachada, como un lince, esperando las presas que aumentarían su colección, al tiempo que los hombres pasaban por debajo para ver qué escondía en sus faldas siempre tan amplias.
―Qué ya tienes pájaro nuevo, Isabelita.
­­―Ssst. Calla, atontado, que me lo espantas: ahora mismo está a punto.

No hay comentarios: