jueves, junio 15, 2006

Isabelita y el viento (2)

Inocente como ella sola, pensaba que los demás, los hombres y los jóvenes en edad de descubrir, permanecían ilusionados bajo su sombra a la espera de ver la presa, el nuevo pájaro de Isabelita, cuando en realidad no les faltaba sino tenerlo en la mano, acariciarlo.
―Ya verás, Isabelita, que pronto cae uno: no te muevas de donde estás ―le decía el que estaba en perpendicular a ella.
―No, Isabelita, mejor te haces un poco para acá, porque los pájaros ahí te ven la coronilla y se espantan ―le dijo otro calavera.
Todas las mañanas del mundo, todos los días de la semana sin faltar uno, se hallaba en su escondrijo de donde tiraba del hilo y acudía a la trampa para sacar su preciado animal de turno, y también por las tardes, a la hora que los pájaros buscaban su última comida antes de recogerse.
―No me lo creerá, pero desde que coja uno más tendré 500.
―¿Te debe costar mantenerlos una fortuna, no?
―Con la pensión de mi madre me alcanza, porque ella come poco y yo tampoco soy de mucha comida.
Estaba colocando la red y el cajón de madera formando una trampa en lugares estratégicos de la azotea, cuando oyó los gritos desesperados de su madre, y el revoloteo de los pájaros abajo en la casa, cuando la voz quejumbrosa de su madre pedía auxilio, y el piar de los pájaros se hacía tremebundo, guerrero, sin un descanso, sin un silencio aparente, aunque muchos estaban ocupados en llenar sus buches aprisa, antes de que llegara Isabelita.
Bajó la escalera de caracol un tanto sorprendida, pues no se explicaba lo que ocurría. Miró la puerta de la habitación de su madre y se dio cuenta enseguida de su error: la había dejado abierta; se asustó; observó el pasillo, las otras puertas, y todas estaban de par en par; entonces no supo qué hacer, se volvió como loca, daba vueltas sobre sí misma sin tomar una determinación, hasta que se vio delante de la alcoba de su santa madre, y abrió los ojos desmesuradamente, antes de irse en busca de la escoba.
―¡Madre! ¡Mamá! ¡Dios mío! Pero ¿qué te han hecho estos malagradecidos?
Corrió al tocadiscos, puso a todo volumen su canción preferida, Walk on the wild side de Lou Reed, y pretendió a escobazo limpio acabar con ellos uno a uno, escuchar el último aliento de aquellos seres indefensos que se habían convertido en verdaderas fieras, pero no pudo, al contrario, de pronto se vio atacada por bandadas de cincuenta miembros que partían de encima del ropero y le atacaban la cara, se reunían en el cabezal de la cama de su madre ya difunta y le picaban los pechos, aprovechaban las sillas y le descarnaban las nalgas, se colgaban del cable del bombillo y le malherían su barriga lisa, hasta que en la décima acción, los 500 pájaros, en perfecta formación, le sacaron los ojos, y se murieron con ella después, envenenados por el viento que originó la falda de Isabelita cuando la infeliz cayó sobre el piso cubierto de plumas.

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