Con María estuvo en el parque zoológico y no lo pasó mal; si acaso, el peor momento que tuvo fue cuando estaba frente a las monas, porque todas se le parecían a ella.
―Lo siento, María ―le dijo―, pero esa ha de ser, como mínimo, prima hermana tuya.
―¡Mira que eres hijo de perra!
El olor de los animales lo enloquecían. Mirando a una cebra perdió el sentido. Nada más estar frente a los elefantes se puso el sombrero, se echó a María al hombro y trató de subirla sobre el lomo de uno de ellos.
―¡Estás loco!
―Vámonos a la India, María. Allí nos llegará el amor.
―Si no me tratas de mona, tal vez: tengo que pensármelo.
El guardián del zoológico los bajó a porrazos. La gente se arremolinaba en torno a los elefantes y él, lloroso y cabizbajo, reivindicaba la libertad necesaria para ir a la India sin desentonar.
―¿No haces el indio, tú?
―¡Calla, mona de mierda!
Allí mismo la perdió, en la puerta del parque, aún los guardias pendientes de ellos no fuera que lo intentaran de nuevo: María salió corriendo y gritando, diciéndole que era un loco hijo de perra y amenazándolo con que lo mataría desde que tuviera oportunidad, aunque fuera en la India.
La cogió por el brazo levemente y le pidió que entrara en el museo. Una momia, flaca como un palillo de dientes, le sonrió, y él se puso a comparar, en silencio, estático, sólo girando el cuello a un lado y a otro, ante la sorpresa de Caridad, apenas sabedora de quién era su acompañante.
―¿No se te parece a alguien conocido? ―le preguntó sin cambiar de postura.
―¿Es una broma?
Caridad fue avanzando entre los sarcófagos, en algún instante asustada, mirando con detenimiento sobre todo las vasijas de barro que había en las estanterías colocadas en la pared, sin preocuparse de su acompañante, pero poco más tarde él la llamó, le dio un silbido suave desde el extremo opuesto de la sala.
―Caridad, ya sé a quien se parece: es tu misma cara, incluso tiene idéntica dentadura a la tuya.
Ella no dijo cosa alguna, sin embargo, lo aborreció desde aquel momento, aunque aprovechó para seguir viendo el museo, con la mayor tranquilidad, como si nada hubiera sucedido.
―¿No estás enfadada, verdad? ―le dijo haciéndose las primeras ilusiones con una mujer, detrás de ella como un perro faldero.
―Qué va. Y te agradezco que me hayas traído, porque desde aquí se ve a la gente de otra manera.
―¿A mí, por ejemplo?
lunes, mayo 22, 2006
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