jueves, mayo 25, 2006

La historia maldita de la señora Rita (2)

No perdió la compostura ni con 16 años: paseaba con su novio rozándole apenas las manos, elegante, con pasos firmes y mirada altiva; su hermano de leche la llamó a gritos desde la puerta de una sala de juegos, le dijo: "Rita, maldita"; ella se paró en seco sin girarse primero, y volvió a escuchar las mismas palabras, ahora junto a los aspavientos de su novio; entonces le puso una mano en la boca para que se callara al que pensaba que iba a ser su esposo, se dio media vuelta y lentamente, sin quitarle la vista de encima, se dirigió hacia su hermano con la intención de abofetearlo y darle una lección, pero no hizo falta, porque cayó fulminado al suelo vomitando sangre sin saberse el porqué.
―Hay gente que nace con un sino de desgracia en el semblante, y la acarrea sin que se le vea sobre los hombros.
―También lo tienen metido en el corazón, créame usted.
Ya llevaba más de 7 años en el convento sin salir una sola vez. La madre superiora le recomendó que estuviera en contacto con el exterior, allí donde Dios ponía su mano y le iba a exigir disposición, y de la mano de su confesor volvió a sentirse viva, aunque había perdido el hábito de defenderse ante los hombres.
―Si de perder el hábito se trata, tal vez ocurriera lo que estoy pensando.
―A mi entender, y perdone la expresión, no hay que ser muy listo para imaginárselo.
Tocan las campanas en el convento de las clarisas antes de desplomarse el campanario. Un niño grita a la vida y un confesor muere bajo el peso de las campanas y los cantos. La madre superiora reza en la capilla, pide a Dios que no sea el fin del mundo, y las hermanas luchan en su interior para que no se les despierte el sentido de la maternidad. Rita se limpia las lágrimas y el sudor y la sangre.
―A veces uno piensa mal.
―Entonces es cuando se razona bien, sin duda alguna.
Tampoco tuvo la suficiente leche la señora Rita con que amamantar a su hijo, como su santa madre. Instalada en una casucha terrera en medio de la ciudad, en un vecindario de rameras viejas con cuota de cinco duros y algunas de mediana edad, en pocos días encontró un ama de cría que alimentara a su hijo, los mismos que necesitó para convertirse en señora.
―¿Es verdad que el niño le comió el pezón a la ramera y se desangró en el acto?
―Algo pasó. Es posible: ¡se han dicho tantas cosas! Lo cierto es que el hijo de la señora Rita mordía todo lo que se pusiera a su alcance, era como un perro maldito.
El barrio no se movía sin su permiso. Los chulos se fueron en estampida y el farruco y corpulento que le hizo frente, un sábado a la hora de la siesta, mientras desafiaba desde el centro de la calle a la señora Rita con la intención de que saliera y rajarla allí mismo, se hundió en las miserias humanas: la tapa de la alcantarilla que pisoteaba cedió por su excesivo peso, y pidió auxilio, y dijo: "Rita, maldita: ayúdame que voy a morir ahogado en la mierda".
―¿Colocaron un tablón de madera encima del agujero?
―Ella misma. Y luego se puso a rezar el rosario.
El día que se fugó su hijo se acordó de las monjas y regresó al convento, horas antes de que el vetusto edificio fuera pasto de las llamas sin que pudiera salvarse una sola; sin embargo, ni carbonizado apareció el cuerpo de quien protagonizó la historia maldita de la señora Rita.

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