viernes, mayo 12, 2006

El cadáver del balcón (2)

―¿El nuevo director? ¿Quién es usted?
―Eso me pertenece preguntarlo a mí, por algo soy el dueño de esta casa.
―Sí. Perdone. Pensaba que estaba rodando la pelicula "El cadáver del balcón". Disculpas otra vez.
Me presenté, y le ofrecí, como quien enseña lo mejor de su casa, mostrarle el cadáver. Ella me pidió que me vistiera y yo que se desnudara: al fin quedamos tal cual, firmamos un convenio de sordos y nos dirigimos al balcón en el más absoluto silencio, lanzándonos miradas furtivas, cada uno tratando de adivinar el pensamiento del otro.
―¡Estamos dispuestos a echar la puerta al suelo, Juan de los Santos! ¡Me cago en la leche!: abra de una puta vez.
―No se preocupe, señorita: son unos locos que andan sueltos y su dedicación preferida es jugar a los policías.
El cadáver no estaba en la misma posición que lo dejé. Alguien lo había movido, le giró la cabeza hacia arriba y le introdujo la nota dentro de la boca, para mi asombro. Entonces me puse en guardia, amenacé a la actriz y la até a la mecedora; corrí al cuarto de baño y miré tras la cortina, nada; me tiré en el suelo, observé con detenimiento la parte baja de mi cama, y nada; abrí los dos roperos, rebusqué entre las ropas y saqué todo de los cajones, pero no encontré a nadie; ni siquiera en la cocina, entre los calderos o dentro de la despensa. No podía imaginarme quién demonios era el atrevido que me acompañaba sin yo saberlo.
―Por última vez, Juan de los Santos: ¡abra esta dichosa puerta, por Dios!
No había duda: aquella mujer tenía un cómplice. La miré fijamente, hice lo posible para que me temiera, pero percibí cierta sorna en su semblante.
―¿Sabe usted, por casualidad, la persona que nos acompaña?
―No. Desáteme, por favor. Le juro que no sé: ¡si al menos me hubiese leído el guión!
Esto no es una película, señorita: el muerto es de verdad, usted está atada de verdad y yo soy un asesino de verdad, que es lo peor de todo.
La solté. Le di un beso en la frente y le pedí que me ayudara. Fuera, quizás con las culatas de sus armas, los policías rompían la puerta sin contemplaciones. Levanté el cadáver y lo senté en la silla de hierro que había en el balcón; fui en busca de una corbata y le dije a ella que se la pusiera; recordé, entonces, que guardaba un cigarro puro en la mesilla de noche, y lo traje, y se lo puse en la boca muerta, y le acerqué el mechero, y el cadáver aspiró lo suficiente para encenderlo como un experto fumador, de manera uniforme, dejando la brasa igual que un sol al amanecer en el horizonte.
Cuando la policía derribó la puerta yo me marchaba por donde mismo lo hizo el intruso, sin embargo, la actriz exuberante, según las últimas noticias que me han llegado, aún hoy permanece en la cárcel por encubridora.

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